Me di cuenta apenas cuando me vi el cuchillo clavado en mi costilla derecha, y después de ver tu mirada clavada en ese costado, y luego también, de sentir un líquido viscoso que se deslizaba desde mi cintura, por debajo de la pierna, que me hacía sentir la incómoda resistencia del vello que se oponía a su avance.
Ahí me di cuenta que había muerto, entonces fue cuando recordé la cantidad de cerveza que había tomado, y lo inútil que parecía ahora ese placer, porque cuando no hay residuo, parece que no lo hubieras vivido, sino sólo deseado.
Y luego recordé, que antes de estar muerto y de la cerveza, había estado en ese toilette, baño a más precisión, del banco, en el que apenas y viendo mi fingida cara de descompuesto y olor a alcohol, me habían dejado pasar el guarda.
Después, recordé el tipo detrás de la caja, con mi cara descompuesta ahora reflejada en él, mientras abría la boca del tamaño de mi arma, como si yo se la estuviera ofreciendo para comérsela.
Después, pero antes de morir, de las cervezas, de vomitar en el baño y de apuntar al cajero, después de dejar noqueado al guarda que me vigilaba, me acuerdo de la enorme bolsa de dinero que me dieron, de los gritos, de las corridas.
Ahora, con el cuchillo de trincar pavos, de trincar idiotas como yo, no logro terminar de recordar en dónde es que dejé la bolsa con el dinero, y vos, que me mirás así, sin darte cuenta que mirás un muerto, no se te ocurre más que preguntarme si recordé comprar el pan.
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